El último Gran Premio de la temporada de MotoGP fue un carrusel de emoción (título de Moto2) y de emociones para varios pilotos (no solamente Rossi) que abandonan este paddock. Pero para todos en Cheste, sólo existía Valentino.
Remy Gardner se llevó una corona que Raúl Fernández peleó ganando hasta el final; y convirtiéndose en el mejor novato de la categoría intermedia desde que su estreno en 2010. Fue una carrera emocionante; pero sólo el aperitivo del último baile de Rossi en MotoGP.
Antes, los sobresaltos de Moto3, resueltos con un triplete español (Artigas, García, Masiá) y un lance-trance de carrera que acabó con Pedro Acosta cayendo en la última vuelta tocado por Foggia, despertó a los más de 70 mil que abarrotaban Cheste… Para despedir a un mito irrepetible.
Incluso el podio de MotoGP, luciendo un triplete histórico de Ducati y con un descomunal Jorge Martín ganándose el título de “novato del año” y tal vez un contrato para 2023, naufragó ante el tsunami de imágenes de Valentino.
El aquelarre eclosionó con el italiano abrazado, en final de recta bajo una grada amarilla, por todos los pilotos que habían participado en esta carrera; con la significativa ausencia (por lesión) de los dos oficiales de Honda.
La vuelta final de honor (ya había habido dos antes de la carrera: la de formación y la de reconocimiento) fue eterna. Y el remate final, un pasillo monumental de todos los “mecas” de todos los equipos, por el pit lane hasta su box.
A esas alturas del cuento, a quien pensara que la despedida de Valentino Rossi iba a ser un trámite como otro cualquiera, ya se habían caído los palos del sombrajo. Desde el jueves, incluso.
Y ahí vamos: a esa foto que tienes más arriba. Rossi entre sus tres Honda; monturas de un trío de títulos entre los que hay dos sobresalientes: el último de la era 500 y el primero de MotoGP. El hito irrepetible.
Y, desde el jueves digo, vuelve al candelabro la vieja historia de la NSR 500 de Nastro Azzurro (pata negra de fábrica) que HRC le había prometido a Rossi como último ganador de los dos tiempos en la Categoría Reina.
Álex Crivillé tiene la suya en su casa. Mick Doohan, también. Por hablar de los de entonces… Pero Valentino Rossi se fue a Yamaha (y sobre todo: siguió ganando) y Honda jamás le entregó esa moto. Y no volvió a verla hasta el jueves pasado.
Carmelo y Valentino bromeaban con llevársela. En la tele se ve a Ezpeleta, socarrón, haciendo el típico gesto de afanar con la mano. Rossi saludó a Alberto Puig y aprovechó para pedírsela.
Que llamase a Tokio. Pero no a la ciudad-dormitorio de Asaka (HRC) sino a la Región Especial de Minato (Honda Motor Co) donde están las embajadas occidentales. Tal vez Alberto le dijo que sus oficinas están en Santa Perpetua de Mogoda…
Y luego lo dijo tal cual: “Me encanta haber vuelto a ver esa moto porque es mi moto. Debería estar en mi casa con las otras que tengo.” Y tiene razón: le pertenece.
Desde este jueves, Honda Racing Corporation tiene esa pelota botando en su tejado, aunque no hagan caso de ése ruido con el lío que tienen por delante.
Realmente, ya bastante tienen con la moto y sus pilotos de ahora como para acordarse de otra moto y otro piloto de hace casi veinte años.
Pero, si en Japón o en España, hay alguien que entienda de golpes maestros de publicidad y haya seguido lo que ha pasado con Valentino Rossi este fin de semana, no debería dejar pasar esta oportunidad de ganar algo en 2021.
Sueñen conmigo un minuto al menos, parroquia. Miren qué hizo BMW cuando se jubiló el presidente de Mercedes.
Imaginen un anuncio de Navidad donde un Papá Noel de ojos rasgados y vestido de rojo Honda llamando a la puerta de Rossi en Tavullia. Esto vendería más motos que nueve mundiales seguidos.
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