La más importante de mis alegrías varias, de este domingo, ante la derrota en la última curva de la última vuelta de Marc Márquez, reside en sus propias palabras en la rueda de prensa del podio: “Dovi se merece esta victoria porque hoy tenía algo más que yo; la verdad es que me he olvidado, a final de carrera, de pensar en el campeonato totalmente; pero a la vez tenía que intentarlo, porque cada punto ganado este año será crucial”.
Lo primero que celebro es la deportividad del piloto de Cervera ante una derrota que duele a cualquier ganador nato (y estamos hablando del más ambicioso de todos) y no solamente cuando ya ha pasado un rato; sino desde el primer momento que se cruza con su verdugo en el corralito sabiendo que Andrea Dovizioso llegaba cabreado desde la vuelta de honor.
Pero, no se vayan todavía: aún hay más. La maniobra de Marc es un espectáculo, una bendición para los que saltamos en el sofá del salón de nuestras casas… y una guarrada en toda regla que yo celebro que se haya quedado sin recompensa. Hala, ya podéis ir a incendiar Twitter, parroquia. Pero escucha lo que explicaba Dovi a los suyos: “Le he oído venir y me he abierto para que se fuera largo porque si quiere venir, viene.”
Venga, os lo traduzco; y os pido que os pongáis en la curva 12+1 de Jerez (podéis elegir entre el GP de España de 2005 o el de 2013) para que lo pilléis a la primera: si Dovi no hace, en la curva 10 del Red Bull Ring, una maniobra magistral de auténtico perro viejo, sabiendo que su rival iba a apoyarse en él si se quedaba en la línea correcta, ahora habría ingresado en el mismo (e injusto) club que Sete Gibernau o Jorge Lorenzo; víctimas del instinto caníbal de los campeones de MotoGP que más pasiones, de todos los colores, levantan.
Soy egoísta e injusto, lo reconozco; porque el carácter de Marc Márquez, su sangre (como Rossi, como Sheene, como el inmortal Ángel Nieto) alimenta este deporte que no deja de ser un espectáculo y un negocio como la copa de un pino. Además, no compro la teoría que he leído por ahí: “Si Márquez fuera el italiano y Dovizioso el español otro gallo cantaría, en Twitter”.
Que Marc es agresivo, incluso “guarrete” a veces, vale; pero rara vez ha tirado a alguien en MotoGP (él mismo bromeaba este año en Jerez acordándose de lo del cable de Dani en Aragón 2013) aunque sí tuvo lances-trance de carrera muy bestias en las categorías anteriores donde se forjó una fama controvertida entre sus rivales. Hay una cosa que se puede decir sin complejos: es en estas situaciones, en la última vuelta (me olvido a posta, ahora, de Sepang 2015) y luchando por victorias o podios, cuando Márquez se la juega más allá de los límites.
Pero hay una razón fundamental que me satisface del resultado del GP de Austria de 2017 que ya es historia de MotoGP; y es que hay mundial. Apretado y con el de Cervera liderando con claridad, es verdad. Con un salto de calidad en el binomio moto-piloto que han sabido encontrar, en este parón de verano, Honda y Márquez. Y su equipo pretoriano, ojo, que le hace volar de nuevo sobre todas las pistas. Pero no arrasar, por fortuna. La victoria de Andrea Dovizioso y la fortaleza de Jorge Lorenzo hasta casi la mitad de carrera nos brindan un rayo de esperanza tras el bajón de los de Yamaha. Y esperemos verlos de nuevo en Silverstone, sobre todo a Maverick Viñales, que le encanta.
Queda campeonato, aún hay lucha. Y, tras perder de la manera que lo ha hecho este domingo, tendremos una vuelta de tuerca más del piloto más completo, en este momento, de toda la parrilla de MotoGP. Seguirá con más fuerza en su pelea sin cuartel por su sexta corona mundialista. Porque la virtud más grande de Marc Márquez nada tiene que ver con lo que pasa cuando gana; sino con la forma que tiene de aprender, y de crecerse, cuando pierde.
Average Rating