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La irrupción de Fabio Quartararo en la categoría de MotoGP está resultando sorprendente e inesperada. A pesar de sus altibajos, nunca nadie puso en duda su talento pero seguramente nadie pensaba que mostraría semejante consistencia. En Jerez ya se ha destapado…

Echemos la mirada un año atrás. En Jerez 2018, en su segunda campaña en la categoría de Moto2, Fabio Quartararo fue décimo en la carrera, y figuraba en medio de la tabla clasificatoria del campeonato, aparentemente sin muchas opciones de llegar al “top ten” de la general. Quartararo medraba en la zona invisible de la tabla, allí donde nadie habla de ti y si lo hace es para destacar el estancamiento de un piloto que, por su talento y su precocidad, un día estaba llamado a ser la nueva revelación del Mundial.

Pero seis semanas después, Quartararo ganaba en Montmeló, batiendo con autoridad a todo el pelotón de Moto2, y en la siguiente cita, Assen, confirmaba su rendimiento al ser segundo tras Pecco Bagnaia, el futuro campeón de la categoría.

Fue entonces cuando Wilco Zeelenberg, elegido por Yamaha  para coordinar el nuevo equipo satélite de la marca japonesa bajo el patrocinio de SIC (Sepang International Circuit) y Petronas, sugirió su nombre a la dirección de la fábrica japonesa, una vez frustrado el acuerdo con Dani Pedrosa. De la noche a la mañana, Quartararo dejó de ser un irregular e imprevisible piloto de talento para convertirse en un futuro debutante en MotoGP. La vida cambia en un momento…

Lo sucedido durante los días del Gran Premio de España y la jornada posterior, en la que los pilotos de MotoGP completaron su primera jornada de entrenamientos conjuntos del año, ha servido para elevar a los altares a Fabio Quartararo. De Jerez salió sin un solo punto, sin el premio a un intenso y brillante fin de semana de trabajo, y con un sabor agridulce. En Jerez lloró como un niño, como lo que es, porque a pesar de tener ya veinte años, esa infancia perdida de circuito en circuito aflora en los momentos de mayor emoción. Las cifras, que a veces dicen tanto, solamente señalan un vacío en su casillero, pero la actuación de Fabio Quartararo antes, durante y después de la carrera de Jerez, es una de esas cosas que está por encima de cualquier registro o estadística.

Sin sorpresas

Cuatro son los debutantes en el Mundial de MotoGP 2019: Joan Mir, Pecco Bagnaia, Miguel Oliveira y Fabio Quartararo. El currículum menos potente es el del piloto francés, aunque en sus inicios, Quartararo lo ganó todo, escalón a escalón, en los campeonatos de Cataluña de velocidad, el Trofeo Mediterráneo, y el CEV, primero como campeonato de España (2013) y al año siguiente como trofeo internacional bajo el paraguas de la FIM, previo a su calificación de Campeonato del Mundo Junior. Hasta cambiaron la norma de la edad mínima para acceder al Mundial (16 años) para que pudiera debutar sin haber alcanzado esa edad. Estaba llamado a ser el piloto del futuro.

Quizás se concentró demasiada atención en un niño que había crecido sin ejercer como tal, que se zambulló de lleno en la pasión de la velocidad, como su padre, Etienne, que fue campeón de Francia de 125 en los años ochenta, y que no dudó en inculcar en su hijo esa pasión. Lo cierto es que en su andadura mundialista, Quartararo ha ido saltando de equipo en equipo: Estrella Galicia (2015), Leopard (2016), salto a Moto2 en 2017 con el Pons Racing, y el año pasado Speed Up, donde, por fin, llegaron los resultados.

El apoyo de su padre ha sido la única constante en la trayectoria deportiva de este muchacho, al que muchos se han ido acercando a él en determinados momentos por determinado interés. Esta es, lamentablemente, una constante de nuestro deporte, el frecuente mercadeo al que se somete a los pilotos prometedores, de los que se quiere exprimir toda su esencia, todo su talento con urgencia y sin consideración. Parece que no entienden que la responsabilidad de una estructura profesional, de una veintena de empleos, de una cuenta de resultados, no puede recaer en los hombros de un adolescente, un proyecto de persona, en una edad llena de inseguridades y dudas.

El caso es que en su ir y venir por el “paddock” del Mundial, Quartararo tuvo la suerte de dar con Eric Mahé, antiguo piloto del Mundial de Supersport en los años noventa, que ha dirigido la carrera de otros talentos franceses como Jules Cluzel y Randy de Puniet. Mahé lo encaminó a Pons en 2017, y el año pasado lo puso en las filas de Speed Up, el equipo que terminó convirtiéndose en su lanzadera.

Se dice de la escudería italiana que le ofreció a Quartararo el calor y la confianza necesarias para que consiguiera asentarse definitivamente, que era el lugar idóneo para que lo consiguiera. Personalmente, considero que simplemente fue la herramienta adecuada. No podemos encumbrar tampoco al equipo de Luca Boscoscuro como artífice de los éxitos de Quartararo, ni exaltar el clima de la escudería, que un año antes, precisamente por una actitud diametralmente opuesta, estuvo a punto de acabar con la carrera deportiva de Augusto Fernández, otro de los héroes de Jerez 2019.

A lomos de la Speed Up, Quartararo enmendó su carrera deportiva. Sin embargo, por mucho que ahora nos rindamos ante su talento, es inevitable calificar la temporada 2018 como irregular.

La Yamaha que funciona

El resultado de Quartararo en Jerez no es casual. Durante la pretemporada, Fabio ha dejado muy buena impresión, y en las primeras carreras del campeonato también ha cosechados resultados positivos, tanto en entrenamientos como en carrera. Por ejemplo, no hay que olvidar que en COTA fue séptimo y en Argentina, octavo, resultados que le colocaban como el segundo piloto Yamaha de la tabla… Y en Qatar fue 16º arrancando desde el “pit lane” y terminó a 15”9 del ganador, Andrea Dovizioso.

Así que, la “pole” con récord de Jerez, su carrera, hasta que el piñón de salida se rompió, y sus registros en los entrenamientos del lunes fulminando el tiempo de la Q2 no son casuales.

Lo sorprendente es que lo consigue con la “peor” de las cuatro Yamaha de MotoGP, la que no es una versión 2019 y gira a menor régimen que las motos de Rossi, Viñales y Morbidelli. Parece una burla del destino que mientras los pilotos de fábrica protestan y se lamentan del rendimiento de su moto, la versión anterior en manos de un piloto satélite, como ya pasó con Johann Zarco, comienza el año con un rendimiento mucho mejor.

La presión

Ahora el Mundial recalará en Le Mans. Podemos establecer cierto paralelismo entre lo que le está pasando esta temporada a Quartararo y lo que le pasó los dos anteriores años a Zarco, pero especialmente en 2018. El excampeón de Moto2 llegó a Le Mans en un estado de forma excelente, envuelto en un ambiente de expectación sin igual y sometido a una presión terrible. Logró la “pole”, cumpliendo los pronósticos, pero se cayó en el “warm up”, y posteriormente en la carrera, cuando rodaba segundo. Y a partir de ese momento se produjo un cortocircuito, y Zarco no volvió a ser el mismo. Sólo volvería al podio una vez, en Sepang.

Ahora el mayor peligro que acecha a Quartararo es precisamente éste, la presión. En Jerez rozó la gloria pero una minucia técnica le arrebató una merecida recompensa. En Le Mans todos los ojos están puestos en él, y después de su exhibición en Jerez algunos ya le han señalado un desafío: batir el récord de precocidad de Márquez como el ganador más joven de todos los tiempos en MotoGP: tiene de plazo hasta el Gran Premio de Cataluña. ¿Acaso es necesario?

Sólo es un dato, una cifra, un hito. Nada más. No lo necesita. Es una obsesión innecesaria que recuerda al empeño de señalarle como aspirante a campeón en el año de su debut en Moto3, antes de que hubiera disputado una sola carrera. Por fortuna para Quartararo, ha ido a dar con un equipo más que adecuado, que bajo la dirección de Zeelenberg es un ejemplo de cómo debe funcionar una escudería. Es la mejor garantía para que Quartararo no pierda la cabeza, deslumbrado por el efímero brillo de los focos y la atención mediática.

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ale.garciamontes
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