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La hegemonía de Márquez va más allá de la parrilla de salida o de la línea de meta, es más profunda que su box y más ancha que el paddock. Y brilla más que el logo de Repsol.

Madrid, hace un par de días. En un jueves de espejismo primaveral, los hermanos Márquez comparecen ante los medios de comunicación españoles que no han tenido la oportunidad de hablar en vivo con ellos en lo que va de invierno. El ambiente, en los cuarteles generales de Repsol, es un poco frío. Estamos citados a las nueve y media de la mañana; y aunque llego diez minutos tarde aún me quedará un cuarto de hora de tiempo hasta que salgan los pilotos. Aprovecho para indagar si habrá algún anuncio de renovación de la petrolera; y pregunto por qué no hay representación alguna de Dorna: “hoy el protagonismo es para ellos” me contestan.

Salen los Márquez, por fin: silencio en el auditorio hasta que Marc lanza una mueca y entonces arrancan unos tibios aplausos de la galería asistente. En el turno de preguntas, las respuestas esperadas e incluso conocidas; puesto que no aportan nada que los pilotos no hayan dicho a los micrófonos oficiales de MotoGP en las entrevistas a pie de pista en los test de pretemporada. El evento acaba con más “temperatura” que como empezó: se remata con un juego entre los dos hermanos y algunos periodistas y aficionados.

Por la tarde, Marc asiste (como embajador) a la celebración del “cumpleaño” de Dazn; que coincide con el primer aniversario del mutismo sobrevenido del piloto sobre la restricción de la audiencia en televisión. Hasta 2018 incluido (y con Movistar pintado en las motos de sus dos rivales de mayor fuste hasta la fecha) el hecho de que las motos no se vieran en abierto era un argumento esgrimido con un contundente “no me gusta y no me escondo” cada vez que le preguntaban por ello. Ahora, ni siquiera le preguntamos (yo también culpable) por la “represión” que sufren los aficionados a MotoGP en sus cuentas privadas canceladas en las redes sociales… precisamente al promocionar el campeonato. Todo en orden.

La hegemonía de Márquez va más allá de la parrilla de salida o de la línea de meta, es más profunda que su box y más ancha que el paddock. Y brilla más que el logo de Repsol. Ya sabemos que Honda le hizo la oferta que no fue capaz ni de pensar, nunca antes, para otro piloto. Podemos adivinar su influencia en el fichaje de su hermano; y su futura permanencia en el equipo, a nada que haga un año mínimamente digno, aunque lo nieguen. E incluso es pertinente pensar que su figura resultará clave en la muy probable renovación de la petrolera española como patrocinador principal del equipo de fábrica de HRC en MotoGP. Estamos en el cénit de la “dictadura” de Marc en este campeonato, como pasaba hace tres lustros, en 2005, con un tal Valentino Rossi.

Lo mejor de todo es que en absoluto es una mala noticia. Bien al contrario: son los galones conquistados a golpe de gas en la pista y de cabeza fuera de ella. Los que conocemos a Rossi y a Márquez desde que ambos llegaron (cada uno en su tiempo) a los grandes premios, siempre hemos defendido que son idénticos. Hoy sabemos que Marc es un Valentino “evolucionado” que ejerce su tiranía frente a sus rivales y su influencia en todo lo que envuelve al campeonato con una sutileza propia de los mejores pasajes de “El Príncipe” de Maquiavelo. Manda lo mismo o más; pero sobre todo con mejor eficiencia y menor desgaste.

Pero lo bueno, insisto, es que Marc es “el jefe” porque hay una base real: se lo ha ganado. Y si hay algo que celebro en estos tiempos es que el mérito de las personas se vea reflejado de alguna manera. Algunos añoran los años en los que las marcas manejaban a los pilotos a su antojo; y se quejan del poder que tienen ahora en sus respectivos equipos de fábrica. Para empezar: no todos. Marc Márquez representa al Top5 que se lo han ganado en la pista y a lo largo de los años, décadas si hablamos de un cuarentón; y eso es una buena señal, también para los rivales en MotoGP: todos saben que su obligación es ganarle y punto. El resto (como Twitter: ya obsoleto) es nostalgia…

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