Hace una semana estaba aún descolocado, pensando en cómo (y por qué) había cometido Marc Márquez el error que él sabe que cometió, el primer domingo de Jerez. Y la explicación la encontré en la siguiente metedura de pata (brazo, vale) cometida por el Tro de Cervera: intentar correr el segundo, seguido.
Hace una semana, digo, me obsesionaba la ya famosa foto de Marc en la parrilla de salida, mirando con cara de odio hacia su izquierda, donde había dos Yamaha saliendo delante (por delante) de sus narices. Y hoy la realidad me abofetea con la imagen que traigo a este artículo: el gesto de Fabio Quartararo, el líder de MotoGP, en el momento de certificar que lleva 50 puntos de 50 posibles en su casillero particular.
Fabio es la respuesta. Un veinteañero insolente que se pasa los sesenta y tantos grados del asfalto de Jerez, en este aquelarre doble de julio, por el forro de sus caprichos. Que vuela y se va; y que parece que es lo que va a seguir haciendo en el resto de pocas carreras que le quedan a este mundial de infarto.
Ni pundonor ni leches: Marc Márquez llegó al Gran Premio de España sobrecargado de una presión que no gestionó bien. La misma que le llevó a la locura de intentar correr, también, el Gran Premio de Andalucía: por un puñado de puntos que sin duda echará en falta a final de temporada. Luchando por un título que valdrá, no lo mismo, sino más que los disputados jamás en MotoGP; puesto que jamás se tuvo que correr en semejantes circunstancias.
Un párrafo para ciscarme en la responsabilidad de todos, empezando por la mía propia: siempre digo que gracias a pilotos fuera de serie como Marc uno puede escribir cosas interesantes… y sobre todo leídas; “clickadas”, o sea. Que no son gladiadores, oigan. Hasta el numerito de las cuarenta flexiones del jueves (esto es información) pudo haber hecho un daño extra a Márquez; una merma muscular que sufrió en su leve intentona del sábado. Fue una locura colectiva (por mediática) y no pienso dedicarle ni una línea más.
Vuelvo a la competición: Marc Márquez sabe de esto (de competir, digo) más que nadie. Conoce los límites de su moto; y más aún: los de la fábrica de su moto y los de su propio equipo. Está al día de lo que se cuece en el paddock. No solamente conoce a cada piloto y sus posibilidades, sino que tiene información privilegiada de la evolución de sus monturas. Y fue el primero en conocer que los nuevos Michelin iban a ayudar a que Yamaha encontrase su camino perdido tras la marcha de Jorge Lorenzo.
También sabía que Fabio Quartararo era el más peligroso en esta resurrección de la marca de los diapasones. Y no sólo por sus veinte años, su talento indiscutible o la velocidad ya demostrada en 2019 siendo un novato de un equipo privado. Es que ese equipo pertenece a Petronas, como digo siempre “la Repsol del futuro” para MotoGP. Tienen un hospitality tres veces más grande que el de Yamaha fábrica, que a su vez ha comprendido el éxito de la fórmula de poner al menos tres de las cuatro motos totalmente iguales en pista.
A Iwata (y mucho menos a Dorna, al revés) no le va a importar, como sí le obsesionaba a Honda, antaño, que un piloto de un satélite sea el campeón del mundo: estarán felices de que sea con una Yamaha y de traerse al corredor (con el #1 bajo el brazo) a su equipo oficial en 2021. Todos estos ingredientes hacen de Fabio Quartararo un aspirante muy serio a la corona de 2020; y a la pelea de las siguientes temporadas que vengan. Y esto lo sabía Marc Márquez desde 2019. Y esto, digo, termino, era lo que le nubló la cabeza, recurriendo sólo al gas, al llegar a Jerez: Fabio era la respuesta.
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