Valentino Rossi se ha retirado de MotoGP. Y, aunque aún no lo ha reconocido (que lo hará), en lo más profundo de su oscuro corazón, se lleva un triunfo inusitado: que el más grande de todos sus enemigos, Marc Márquez, no le haya podido si quiera igualar en número de títulos, con él en activo.
Todo el mundo tiene su idea muy personal de lo que pasó en 2015 en MotoGP. En esta serie de cinco artículos dominicales, que iremos comentando cada lunes en Diálogos Sobre Ruedas (Máximo: toma aire) no vengo (sólo) a vender la mía; sino a señalar una serie de claves que pueden poner en duda la tuya. La idea, digo.
La primera de esas claves me la rescató de mi maltrecha memoria Nico Abad, rememorando un episodio de septiembre de 2014: la visita de Marc Márquez al Ranch de Valentino Rossi. Marc se llevó el récord de la pista; pero en las carreras eliminatorias fue derribado por Pasini, no pudo pasar de ronda y Vale se llevó la victoria final de la jornada.
¿Una pachanga? Sí: para el común de los mortales; no para dos dioses del mismo Olimpo. De cara a los medios, todo fueron declaraciones amables. Pero en aquella parcela de la campiña de Tavullia se empezó a sembrar la cizaña que tan buena cosecha dio, en 2015, en MotoGP.
Aquí entra en escena, por primera vez, la figura de Uccio Salucci; el “actor secundario Bob” desde la infancia de Rossi y la persona que nadie más que Valentino sabe qué demonios le habrá aportado, de positivo, a lo largo de su vida. Algo habrá, claro; y tendrá que ser muy bueno: porque desde luego yo tengo claro que es muy poco.
Marc Márquez había llegado al Ranch de Tavullia con una moto pata negra de dirt track aportada por Honda Italia, con un equipo técnico de carreras propio (incluido suspensiones) y la idea era enfocar la jornada como un entrenamiento oficial del evento de diciembre que se hacía entonces en el Palau en Barcelona; iniciativa, por cierto, de mi querido Jaime Alguersuari.
Y todo eso se lo tomó, Uccio y sus chihuahás, como un insulto. Un “¿a qué ha venido este, a ganar a Vale en su propia casa, no es suficiente con MotoGP?” Y claro, ahí está la clave de lo que estaba pasando: lo que estaba haciendo (y lo que quería hacer) Marc en los grandes premios, en aquel año.
Porque otra cosa que hemos echao en el abandono (con lágrimas negras incluidas) es, precisamente esto: 2014. La temporada en la que Marc Márquez ganó su cuarto título de su cómputo global particular (el segundo de MotoGP) con más de setenta puntos de ventaja sobre… Valentino Rossi. Y ganando trece (12+1) carreras. Las diez primeras seguidas.
Pero aún hay algo más, enterrado en ese olvido. En plena euforia ganadora, que arrastraba desde su año de novato y victoria en 2013 (2012+1… vale ya lo dejo) a Marc Márquez, ya bautizado como el heredero de la gloria de Ángel Nieto y Giacomo Agostini, se le ocurrió que a partir de 2015 podría competir en dos categorías a la vez, como los clásicos.
La noticia se conoció al principio del verano: iba en serio. Y muy seria era, también, la intención: un suma y sigue en la escalada de entorchados mundiales. El propio Ago contaba cómo, en broma, le saludaba Marc por el paddock: “sixteen”, le decía con su sonrisa de Joker, el de Cervera al de Brescia.
Al final de la temporada 2014, el propio Marc Márquez reconoció, de refilón, que algo habían pensado; pero que la idea se desechó rápido. Y esa velocidad en el desenlace tiene otro protagonista: Carmelo Ezpeleta; que tuvo que tomar cartas en el asunto para desarbolar cualquier atisbo de intento.
Quédate con este párrafo para los capítulos del futuro:
La llegada de Marc fue un alivio para MotoGP, acongojada por el vacío de una inminente retirada de Vale. Pero el sustituto daba tanta ilusión como miedo (Mugello, Silverstone, Aragón, en 2013…) y la sombra de lo que había pasado con Marco Simoncelli flotaba en el ambiente. La negativa a correr dos carreras cada GP tuvo como base, por encima de todo, preservar la seguridad del propio piloto.
Seguimos:
Cuando Marc fue al Ranch, en septiembre, la comidilla del paddock giraba en torno a la locura de correr en Moto2 y en MotoGP a partir de 2015; y Uccio (esto lo contó después) empezó a pergeñar su teoría de la conspiración particular: “ojo Vale que este de amigo nada, que sólo vive para ganar; y a ti el primero”.
Lo curioso de este arranque de la historia que he elegido para ir contándola por capítulos es que Valentino Rossi sabía de sobra, sin ayuda de nadie, quién y sobre todo cómo era Marc Márquez. La respuesta era muy sencilla: como él. Y lo sabía desde 2008, cuando Jaime Olivares le hizo aquella foto con su réplica de Scalextric y tuvieron una charla épica.
Saltamos a 2012, un año antes de llegar a MotoGP: la compañía del italiano VR-46 Apparel firmó un contrato de explotación de merchandissing con Marc Márquez. Y desde su llegada a la categoría reina, la relación personal con Valentino Rossi se tornó en casi paterno-filial: el de un “jefe de manada” que alimenta a “su cachorro” para sucederle… muy pronto. Y muy pronto era 2015.
Y por eso (porque es una imagen olvidada) traigo esta foto para ilustrar la primera entrada de la serie del año del #SepangClash (etiqueta creada por la propia MotoGP) donde te contaré, paso a paso, casi toda mi verdad de la historia que cambió la ídem del campeonato. Mírala bien. Como cantaba Kiko Veneno: es un momento, no duele ná. El hijo fardando de móvil con el padre.
Y por eso, redundo, no quiero dejar de acordarme de la primera víctima grave de esta guerra: la profunda amistad, la inconmensurable relación de complicidad de dos monumentos de lo mismo, pero de distintas épocas, que coincidieron en la pista de los circuitos de MotoGP durante el mismo período de tiempo.
Aquel incipiente otoño de 2014 una leyenda en activo como Valentino Rossi no podía imaginar (Uccio, sí) que aún le quedaba por conocer a su auténtico enemigo en MotoGP: el que le vencería sin necesidad de llevarse, él, victoria alguna.
Y un invencible Marc Márquez, repleto de esa ambición que cuando tienes menos de 25 años siempre piensas que es legítima, tampoco sabía que le quedaban unos meses para hacerse mayor de golpe haciendo el viaje más doloroso que el ser humano conoce: el que va de la admiración absoluta al rencor más venenoso que en el mundo ha sido.
Y pasado ése invierno con toda esa cizaña bien sembrada, 2015 arrancó con las lejanas luces del desierto de Losail, donde una Yamaha M1 con un #46 en el carenado pasaba la primera bajo la bandera de cuadros; y un tal Galbusera (jefe de mecánicos de Rossi) con los puños en alto entraba en el box gritando: “¡Con un motor di merda!”
Gracias, Silvano: contigo empezó todo. Hasta la semana que viene, parroquia.
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