Leído en Twitter: “Clima tropical. Asfalto recién puesto. Pista sucia. Temperaturas altísimas y, para arreglarlo, tormenta de agua. ¿Qué podía salir mal?” Vamos por partes.
Una vez más se cumple mi mantra: un Gran Premio, de jueves a domingo, dura cien años. Por eso traigo esta foto, porque ya nadie se acuerda de ella.
De la foto, digo; y de la ilusión de la previa al evento que el mismísimo presidente de Indonesia apadrinaba. El país donde más centenares de miles de motos se venden, del mundo.
Del refranero español “y vuelve la burra al trigo” tomo una sentencia que retrata a los actores de MotoGP que han vuelto a meterse en sus problemas de siempre. Fruto, además, de sus virtudes.
Dorna, emprendedora modelo, se llenó de ilusión con el proyecto de la isla de Lombok. Pero la realidad es un catalizador implacable: Mandalika tiene problemas de ejecución (asfalto) y hasta de concepto:
(Informa Simon Patterson que el coste logístico de llevar MotoGP de Lombok a Termas se va a más de 11 millones de euros porque ambos circuitos están a más de mil kilómetros de sus respectivos aeropuertos internacionales.)
Si a eso añadimos la estadística de mala suerte con la lluvia (a MotoGP le ha cancelado el agua desde el desierto a la verde Inglaterra) el brindis del destino estaba servido.
Michelin vuelve a estar en la picota. No es todo responsabilidad suya; pero la carga de la culpa cae sobre un neumático trasero cambiado por seguridad… que acaba fallando a Marc Márquez.
El problema de lo acontecido en Mandalika tiene un nombre; y se llama recortes. No ha habido los test privados (sobre todo de los proveedores de neumáticos de las tres categorías) suficientes.
Esos recortes implican también un menor control de desarrollo que sí han tenido otros trazados (y aún así también hubo incidencias) que se estrenaron como escenarios de MotoGP. Ojo: el Covid también tiene culpa.
La ley de oro de cualquier evento (desde un partido de fútbol a una boda) es que si hay algo que pueda salir mal, saldrá mal. Con todo y con eso, en MotoGP hubo espectáculo, incluso sin el principal bailarín.
Marc Márquez también fue, paradójicamente, víctima de su propio ímpetu. Demasiadas caídas, las de viernes y sábado más importantes de lo que parece; y el palazo del siglo del domingo, de consecuencias aún impredecibles.
Se sabía que la carrera sería en mojado, por lo que había que pasar el (secano) Warm Up sin pena ni gloria. Cierto es que lo último que esperaba el piloto era una nueva salida por orejas que, supuestamente, eran historia.
El accidente es, en términos absolutos, indiscutiblemente inaceptable. Con la tecnología actual esto no debería volver a pasar jamás.
Y con la filosofía con la que aterrrizó Michelin como proveedor único en 2016, tampoco. Entonces quedó claro que el delantero siempre sería más crítico que el trasero.
Resultado: el mejor era lógicamente el que más ganaba. Ahora ese criterio se ha matizado y todo depende (demasiado) de la electrónica y de cada equipo con sus respectivos ingenieros.
En quince días MotoGP viaja a Termas y una semana después Austin. Pero el problema, hoy, no es sólo que eso ya no es garantía de ser “Territorio Márquez“: el problema es si viajará o no el piloto.
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